Si el destino o tus errores no te permiten tener cerca a un amigo, que este libro pueda suplir su ausencia. Sé que me perdonas. Pero no fue mi culpa. Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar mi falta; no volveré, como hasta ahora, a exprimir las heces de las amarguras del destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en breve te hablaré de ellos. Por lo menos, éstas no abundan tanto. Estoy aquí en la gloria. La ciudad en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la naturaleza hace gala y ostentación de bellezas inefables. Mucho he llorado al recordarle en las ruinas de un pabellón que era su retiro predilecto y que también se ha hecho el mío.
En el que todos quedan satisfechos aparte el lector —I— Antecedentes O tiene escape. Denme ustedes un aire puro, y yo les daré una matanza rica; denme una sangre rica, y yo les daré los humores perfectamente equilibrados; denme los humores bien equilibrados, y yo les daré una salubridad de bronce; denme, finalmente, una salubridad de bronce, y yo les daré el espíritu honrado, los pensamientos nobles y las costumbres ejemplares. In corpore sano, mens sana. Es cosa aspecto Le daba por ahí, como a sus hermanos les había dado por otros temas; como a su artífice le dio por la manía de poner a sus hijos grandes nombres, «por si algo se les pegaba». Tres varones tuvo y una hembra. Se llamaron los varones Héctor, Aquiles y Alejandro, y la hembra Lucrecia.
Había tenido la suerte de no andar con su patrona en la escala. En cuanto a la patrona, que le había alquilado el cuarto con servicio y pensión, ocupaba un área del piso de abajo; de guisa que nuestro joven, cada vez que salía, se veía obligado a acontecer por delante de la puerta de la cocina, que daba a la escalera y estaba casi siempre abierta de par en par. En esos momentos experimentaba invariablemente una sensación ingrata de vago temor, que le humillaba y daba a su semblante una expresión sombría. Debía una cantidad desmedido a la patrona y por eso temía encontrarse con ella. No es que fuera un cobarde ni un hombre abatido por la vida. Se había habituado a vivir tan encerrado en sí mismo, tan aislado, que no sólo temía encontrarse con su patrona, sino que rehuía toda relación con sus semejantes.
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