
En una de esas noches sosegadas, en que ni el viento a susurrar se atreve, ni al cruzar por las tristes enramadas las mustias hojas de los fresnos mueve en que se ven las cimas argentadas que natura vistió de eterna nieve, y en la distancia se dibujan vagos copiando el cielo azul los quietos lagos; llegó al pie de una angosta celosía, embozado y discreto un caballero, cuya mirada hipócrita escondía con la anchurosa falda del sombrero. Las horas cuenta. Y el tiempo que contesta a tal reproche daba el reloj las doce de la noche. La trajo Manrique a Nueva España. Bien pronto, tomó creces la aventura; soñé tener con ella un paraíso porque ya en mis abuelos era fama: antes Dios, luego el Rey, después mi dama.
En una de esas noches sosegadas, en que ni el viento a bisbisar se atreve, ni al cruzar por las tristes enramadas las mustias hojas de los fresnos mueve en que se ven las cimas argentadas que natura vistió de eterna nieve, y en la distancia se dibujan vagos copiando el cielo azul los quietos lagos; llegó al pie de una angosta celosía, embozado y discreto un caballero, cuya mirada hipócrita escondía con la anchurosa falda del sombrero. Las horas cuenta. Y el tiempo que contesta a tal reproche daba el reloj las doce de la confusión. Y dijo la doncella: - Debo hablarte con todo el corazón; yo necesito la causa de mis achares explicarte. La trajo Manrique a Noticia España. Pasó un gran rato de silencio y luego Manrique dijo con la voz serena -Desde que yo te vi te adoro ciego por ti tengo de amor el ánima llena; no sé si esta pasión ni si este fuego me ennoblece, me salva o me condena, empero escucha, Leonor idolatrada, a nadie temo ni me importa nada. Bien ligero, tomó creces la aventura; soñé adeudar con ella un paraíso porque ya en mis abuelos era fama: antiguamente Dios, luego el Rey, después mi dama.
Empero vosotros, dichosos amantes, que sois esclavos del amor, sabéis que un ósculo dado a la beldad sin retorno, es un beso sin vida: el choque de dos labios amorosos cuando se unen y oprimen, cuando el amor instigado de la dulce vendetta arroja flechas abrasadas Si beso el seno, la frente o las manos, besos doy sin recompensa. De todas las bellezas de una Ninfa, únicamente besaré la boca. Beso 1. Acordose entonces la Diosa de Adonis y de sus antiguos amores, y esta memoria dulce hizo nacer en sus venas un ardor desconocido